“Amor, celos, ceniza y fuego, dolor y pecado. Todo eso existe; todo esto es triste; todo esto es fado”, cantaba la gran Amália Rodrigues. El fado hay que sentirlo, escucharlo, hacerlo propio. Pocos géneros exploran como él la pérdida, la nostalgia, el destino ineludible. El fado es invierno, tormenta, la constatación de una catástrofe inevitable. La expresión musical de los malos momentos.
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