Francisco Lorenzo

Francisco Lorenzo

jueves, 26 de julio de 2012

Crónicas viajeras de un paciente renal (Londres)


Como les anuncie en la entrada anterior, inicio con este articulo una tanda de crónicas, artículos y otras  humildes vivencias literarias  con  el sano deseo de ir ejercitándome en otros estilos  más alejados de lo que ha sido mi línea habitual,  quizá demasiado contaminada por mi innegable ideología política. Espero su compresión por mi atrevimiento al hacer esta incursión en  temas  sin duda propios de gente más erudita 
 



 CRÓNICAS VIAJERAS DE UN PACIENTE  RENAL: LONDRES.

Cuando a un paciente con enfermedad renal crónica el médico le informa que está en fase terminal y por lo tanto debe comenzar a prepararse para el tratamiento hemodialítico, sin  duda esto supone un “mazazo”,  Porque  a partir de ese momento  se produce un cambio total en su  vida, en su psiquis, en su autoestima,  Además, según la edad,  esta enfermedad le va a ocasionar otros tipos de  complicaciones, que la mayoría de nosotros conocemos  por la información que  nos facilita  el personal clínico de centro al que pertenecemos. En mi caso, no  voy  a negar  que todas esas preocupaciones  estuvieran durante cierto tiempo en mi mente. Pero pasado el lógico impacto inicial, me hice esta reflexión: “Me niego   a   que la  enfermedad  me arrincone  y  en la medida que pueda tratare de  hacer mi vida lo más normal posible,  sin renunciar a  casi nada”.  A partir de ese momento  empecé  a  darme cuenta  de la cantidad  de cosas   que podía hacer,  solo con un poco de imaginación,  y muchas ganas de disfrutar mi vida. Les Confieso, “que ser un enfermo renal no significa estar impedido”. Hay mucha vida después de la sesión de diálisis. El secreto  está en las ganas  que tú le pongas.
 Sirvan todas estas consideraciones como preámbulo   para  introducirles en lo que es  mi verdadera pasión  “los viajes”. Por lo tanto en principio,  mi   gran preocupación era ¿si la enfermedad me haría tener que renunciar  a tan placentera actividad?   Pero estar sometido a un tratamiento de diálisis no significa que no se pueda viajar o ir de vacaciones, como pronto pude comprobar,  gracias a la red  de clínicas que hay por todo el mundo,  a los convenios entre los  distintos países y sobre todo al trabajo del personal de mi centro de diálisis.
Obviamente, la diálisis es una realidad que lo acompaña a uno haga lo que haga y esté donde esté, de manera que  hay que prever esta cuestión antes de viajar. Facilita mucho  las cosas, que tu centro pertenezca a un importante grupo como es el caso de Diaverum, pues  dispone de  clínicas  en distintos países.  En mi caso, es una gran suerte  contar con la inestimable colaboración  del personal clínico y administrativo del centro DIaverum  de Motril, sin su ayuda hubiera sido  imposible  realizar mi sueño de viajar. En esta primera crónica les voy hacer un pequeño relato de lo que  fue mi primer viaje estando ya en tratamiento de hemodiálisis.
 Hacía  tiempo  que tenía gran ilusión por visitar Londres,  así que  después de hechas las gestiones  para asegurarme plaza en el centro Diaverum de Lewisham,  en el sureste de Londres, un día de  Febrero de hace varios años tomé  desde Málaga un vuelo   hasta  el aeropuerto de Stansted, cumpliendo por fin mi deseo de visitar esta ciudad.  
Era ya noche cerrada cuando el avión tomo tierra en el aeropuerto de Stansted. Después de los trámites aduaneros, metí mi maleta en un autobús de Terra Visión y tras una hora de viaje por una estupenda autovía estaba en Victoria Sttation, en el mismo corazón de Westminster. El hotel  estaba muy cerca de allí, pero la dichosa lluvia de Londres hacia su aparición por primera vez, aunque el trayecto por recorrer era corto,  tomé un taxi, no era cuestión  empezar el viaje mojándose.  Ese día no hubo tiempo para más, directos a la cama del típico "Bed & Breakfast“, este se llamaba  "Lune and Simone" en Belgrave road,  una casa victoriana convertida en un pequeño hotel, muy limpio, trato exquisito por parte de sus propietarios, dos hermanos gemelos que hicieron de mi estancia en Londres  tan cómoda  y agradable como  mi propia casa.
 Empiezo la jornada   muy temprano, trato de aprovechar el máximo posible  los cortisimos días. Conforme  Bajo las escaleras del hotel me despierta el apetito el olorcillo a beicon, los huevos fritos y demás viandas del famoso desayuno inglés. Así que después de desayunar copiosamente  y cárgame de energía, salgo a la calle, hace bastante frío. La persistente lluvia me hace dudar, si seguir caminado, o coger algún medio de transporte público, pero yo lo que quiero es empaparme de la ciudad. La lluvia es muy fina,  con un paraguas y un chubasquero  puedo ir a cualquier parte.
 Los días que toca diálisis, a las 6 de la mañana me subo en  el bus 27 , me encaramo en el piso superior,   durante la hora que dura el trayecto desde Victoria Stattion  hasta  el centro Diaverum en Lewisham  viajo contemplando el extraordinario paisaje urbano.
A las 6 de la mañana la vida en la ciudad acelera hasta sentir vértigo, trenes, pensamientos, autobuses, bicicletas y respuestas, todo se sucede con demasiada velocidad para un tipo mediterráneo medio "aplatanao" como yo. En fin, me digo: “yo solo estoy de paso”. Para vivir, el mejor sitio siempre será el Sur.


Durante los 8 días  que duró esta primera visita, el sol no apareció ni un solo instante. Caminaba por las calles entre etnias de mil países diferentes, rostros que hablan de diferentes soles y colores, todos en la misma nota, al mismo Tempo de una frenética melodía que hacia vivir  al corazón de la ciudad… yo me preguntaba ¿donde están los ingleses? "¡Claro, con este tiempo quien aguanta aquí!  “Se habrán ido todos a la Costa del Sol y no vendrán hasta el verano" me respondía a mi mismo. Recorría las calles en medio de la llovizna y de esa niebla terrorífica que hace desaparecer como por arte de magia viandantes, casas, monumentos etc.
Crucé la ciudad desde el aristócrata Westminster hasta el  alternativo Camden Town, desde el elegante Chelsea  hasta Liverpool Stret, en el corazón financiero de la City. Fui desde la realeza de Buckingham Palace hasta  el multiétnico Indian District, desde  Nottin Hill  hasta South Bank... Atravesé el Támesis varias veces por todos los puentes, recorrí  los Docklands (muelles). Accedí a la “Tate Modern”, el mayor templo actual del Arte Contemporáneo por el "puente del Milenio" con su delicada estructura de acero.


Cuando  durante las largas caminatas apareció mi hambre canina e insaciable , comí el "roast beef", a orillas del Támesis, "sushi" en el Soho, "fish and chips " en la misma puerta de la Torre de Londres,  mientras contemplaba despreocupado el paso de las barcazas silenciosas por debajo del Tower Bridge con su cargamento de turistas en dirección a la Noria y al Big ben...


Anduve  en las húmedas   noches  por Trafalgar Square, con aires de venganza, buscando  a Nelson  (por lo que nos hizo en 1805), lo hallé allí en la gran plaza, con sus cuatro leones, encaramado en la eternidad de su columna, con la mirada perdida  en los confines  del Londres metropolitano  y financiero.  Debajo de él,  cientos de turistas cámara en  ristre,  le  retrataban  sin piedad. Más allá un grupo de españoles   metían   toda la "bulla"  que podían. Me di por vengado y entre  en  la Grand National Gallery.
Ninguna sensación especial recorrió  mi cuerpo al entrar en este " regio  museo, de tan ponposo nombre y helenica fachada". Nada que ver con nuestro Museo del Prado, no digamos con el parisino Louvre, tan solo algún Picasso y la colección religiosa de Caravaggio lo único que  me hizo sentir una pizca de inquietud por la belleza del arte de la pintura.
Otra cosa fue el museo de Ciencias Naturales y el Britis Museum. La impresión fue monumental. Por dos razones: la primera por su cúpula, diseñada por Norman Foster, que deja ver un cielo infinito y da al interior del edificio una luminosidad absolutamente única. La segunda, por el contenido. Trozos enteros de la historia de Grecia, Roma, Egipto y otros países esperan allí a millones de visitantes. Entrar en la gallería Duveen no deja  a nadie indiferente: la mitad de los mármoles que decoraban el Partenón de Atenas duermen allí. Los sentimientos se entrecruzan. El expolio que ha hecho el Imperio Británico especialmente a estos países es descomunal. Me pregunto ¿es justo que en pleno siglo 21 estas joyas no se devuelvan a su legítimos dueños?

Haciéndome miles de preguntas sobre la voracidad expoliadora de los seres humanos, salí corriendo en busca, otra vez, del sueño sensual, plástico que provoca en mí  la ansiedad  por descubrir el alma de la gran urbe. De Picadilly a Oxford circus, pasando por el Soho me sumergí en ese submundo paralelo que de acá para allá que continuaba bailando al compás del dinero y el lujo. Crucé miradas con aristócratas pamelas. Sahri indios,  turbantes y velos musulmanes, pañuelos palestinos,  negros afroamericanos, judíos errantes, Dr.Jekyl y Mr...Hyde, y hasta con Sherlock Holmes y su ayudante. En el museo de cera de Madame Tussaudst  saludé a Jack el destripador.
Algunas noches   me refugiaba de la lluvia y la humedad en The Albert  (Victoria stret) a tomar mi ración de "pintas".  Bueno,  un par de ellas solamente, por  lo del líquido….  The Albert es quizá el ultimo Pub inglés en el que te sientes como en una autentica taberna inglesa de las de hace un par de siglos.
 Otras veces   caminaba por la zona del West End, con el deseo ya predispuesto para disfrutar de las cosas y situaciones que nada más pueden ocurrir allí. Pub y clubs de uso privado, para Lores y elegantes caballeros, junto a bares  de música caribeña,  Jazz de Nueva Orleans, violines bohemios, vedettes emplumadas, o música negra de Senegal. Todos llenos de gente de cualquier lugar del mundo persiguiendo sueños de felicidad consumista, sin querer dejar de ser Petter Pan. La lluvia arreciaba a esas horas, caminaba por las calles encandilado por el neón de los grandes musicales, mientras de las limusinas bajaban mujeres de mirada arrogante, ofensiva, cubiertas de carisimas pieles. Su contorno se perdía en las sombras de las calles, yo miraba hacia el cielo de Londres, buscaba alguna estrella fuera del "artificial resplandor," no la encontré, más allá, todo era negro y gris, como la vida de aquella gente  cuando se bajaba el telón, se apagaban las luces y cerraban los teatros.
 Exhausto, pero feliz, la última noche cogí el bus 24 para volver al hotel, bajaba por Whitehall, mire para atrás, entre la lluvia y la niebla me parecio ver a Billy Elliot y a Mary Poppins con el paraguas y su sombrero, diciéndome adiós con la mano. Respondí   de la misma forma,  ante la mirada  perpleja del pasajero  que ocupaba el asiento de al lado.

Después de la primera visita  que dio pie a este relato he  vuelto varias veces a esta "megapolis" y siempre descubro  algo nuevo de la magia que esta ciudad posee. Finalmente, mi  agradecimiento a todo el personal del centro Diaverum de Lewisham   que hicieron posible mi deseo de visitar Londres.

 Nota del autor: este articulo fue publicado  por primera el mes de febrero pasado  en una colaboración para la revista "Dialogo" , revista especializada en insuficiencia  renal y hemódialisis que edita el grupo sueco Diaverum,

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