Como les
anuncie en la entrada anterior, inicio con este articulo una tanda de crónicas,
artículos y otras humildes vivencias
literarias con el sano deseo de ir ejercitándome en otros
estilos más alejados de lo que ha sido
mi línea habitual, quizá demasiado
contaminada por mi innegable ideología política. Espero su compresión por mi
atrevimiento al hacer esta incursión en
temas sin duda propios de gente más
erudita
CRÓNICAS VIAJERAS
DE UN PACIENTE RENAL: LONDRES.
Cuando a un paciente con enfermedad renal crónica el
médico le informa que está en fase terminal y por lo tanto debe comenzar a
prepararse para el tratamiento hemodialítico, sin duda esto supone un “mazazo”, Porque a partir de ese momento se produce un cambio total en su vida, en
su psiquis, en su autoestima, Además,
según la edad, esta enfermedad le va a
ocasionar otros tipos de complicaciones,
que la mayoría de nosotros conocemos por
la información que nos facilita el personal clínico de centro al que
pertenecemos. En mi caso, no voy a negar
que todas esas preocupaciones estuvieran
durante cierto tiempo en mi mente. Pero pasado el lógico impacto inicial, me
hice esta reflexión: “Me niego a
que la
enfermedad me arrincone y en la
medida que pueda tratare de hacer mi
vida lo más normal posible, sin renunciar
a casi nada”. A partir de ese momento empecé
a darme cuenta de la cantidad de cosas
que podía hacer, solo con un poco
de imaginación, y muchas ganas de
disfrutar mi vida. Les Confieso, “que ser un enfermo renal no significa estar
impedido”. Hay mucha vida después de la sesión de diálisis. El secreto está en las ganas que tú le pongas.
Sirvan todas estas consideraciones
como preámbulo para
introducirles en lo que es mi
verdadera pasión “los viajes”. Por lo
tanto en principio, mi gran preocupación
era ¿si la enfermedad me haría tener que renunciar a tan placentera actividad? Pero estar sometido a un tratamiento de
diálisis no significa que no se pueda viajar o ir de vacaciones, como pronto
pude comprobar, gracias a la red de clínicas que hay por todo el mundo, a los convenios entre los distintos países y sobre todo al trabajo del
personal de mi centro de diálisis.
Obviamente, la diálisis es una realidad que lo acompaña a
uno haga lo que haga y esté donde esté, de manera que hay que prever esta cuestión antes de viajar.
Facilita mucho las cosas, que tu centro
pertenezca a un importante grupo como es el caso de Diaverum, pues dispone de
clínicas en distintos países. En mi caso, es una gran suerte contar con la inestimable colaboración del personal clínico y administrativo del
centro DIaverum de Motril, sin su ayuda
hubiera sido imposible realizar mi sueño de viajar. En esta primera
crónica les voy hacer un pequeño relato de lo que fue mi primer viaje estando ya en tratamiento
de hemodiálisis.
Hacía tiempo
que tenía gran ilusión por visitar Londres, así que después de hechas las gestiones para asegurarme plaza en el centro Diaverum
de Lewisham, en el sureste de Londres, un
día de Febrero de hace varios años tomé desde Málaga un vuelo hasta el aeropuerto de Stansted, cumpliendo por fin
mi deseo de visitar esta ciudad.
Era ya noche cerrada cuando el avión tomo tierra en el
aeropuerto de Stansted. Después de los trámites aduaneros, metí mi maleta en un
autobús de Terra Visión y tras una hora de viaje por una estupenda autovía
estaba en Victoria Sttation, en el mismo corazón de Westminster. El hotel estaba muy cerca de allí, pero la dichosa
lluvia de Londres hacia su aparición por primera vez, aunque el trayecto por
recorrer era corto, tomé un taxi, no era
cuestión empezar el viaje mojándose. Ese día no hubo tiempo para más, directos a
la cama del típico "Bed & Breakfast“,
este se llamaba "Lune and
Simone" en Belgrave road, una casa
victoriana convertida en un pequeño hotel, muy limpio, trato exquisito por parte
de sus propietarios, dos hermanos gemelos que hicieron de mi estancia en
Londres tan cómoda y agradable como mi propia casa.
Empiezo la jornada muy
temprano, trato de aprovechar el máximo posible los cortisimos días. Conforme Bajo las escaleras del hotel me despierta el
apetito el olorcillo a beicon, los huevos fritos y demás viandas del famoso
desayuno inglés. Así que después de desayunar copiosamente y cárgame de energía, salgo a la calle, hace
bastante frío. La persistente lluvia me hace dudar, si seguir caminado, o coger
algún medio de transporte público, pero yo lo que quiero es empaparme de la
ciudad. La lluvia es muy fina, con un
paraguas y un chubasquero puedo ir a
cualquier parte.
Los días que toca
diálisis, a las 6 de la mañana me subo en el bus 27 , me encaramo en el piso superior, durante la hora que dura el trayecto desde
Victoria Stattion hasta el centro Diaverum en Lewisham viajo contemplando el extraordinario paisaje
urbano.
A las 6 de la mañana la vida en la ciudad acelera hasta
sentir vértigo, trenes, pensamientos, autobuses, bicicletas y respuestas, todo
se sucede con demasiada velocidad para un tipo mediterráneo medio
"aplatanao" como yo. En fin, me digo: “yo solo estoy de paso”. Para
vivir, el mejor sitio siempre será el Sur.
Durante los 8 días que duró esta primera visita, el sol no apareció ni un solo instante. Caminaba por las calles entre etnias de mil países diferentes, rostros que hablan de diferentes soles y colores, todos en la misma nota, al mismo Tempo de una frenética melodía que hacia vivir al corazón de la ciudad… yo me preguntaba ¿donde están los ingleses? "¡Claro, con este tiempo quien aguanta aquí! “Se habrán ido todos a la Costa del Sol y no vendrán hasta el verano" me respondía a mi mismo. Recorría las calles en medio de la llovizna y de esa niebla terrorífica que hace desaparecer como por arte de magia viandantes, casas, monumentos etc.
Crucé la ciudad desde el aristócrata Westminster hasta el alternativo Camden Town, desde el elegante Chelsea hasta Liverpool Stret, en el corazón financiero de la City. Fui desde la realeza de Buckingham Palace hasta el multiétnico Indian District, desde Nottin Hill hasta South Bank... Atravesé el Támesis varias veces por todos los puentes, recorrí los Docklands (muelles). Accedí a la “Tate Modern”, el mayor templo actual del Arte Contemporáneo por el "puente del Milenio" con su delicada estructura de acero.
Cuando durante las largas caminatas apareció mi hambre canina e insaciable , comí el "roast beef", a orillas del Támesis, "sushi" en el Soho, "fish and chips " en la misma puerta de la Torre de Londres, mientras contemplaba despreocupado el paso de las barcazas silenciosas por debajo del Tower Bridge con su cargamento de turistas en dirección a la Noria y al Big ben...
Anduve en las húmedas noches por Trafalgar Square, con aires de venganza, buscando a Nelson (por lo que nos hizo en 1805), lo hallé allí en la gran plaza, con sus cuatro leones, encaramado en la eternidad de su columna, con la mirada perdida en los confines del Londres metropolitano y financiero. Debajo de él, cientos de turistas cámara en ristre, le retrataban sin piedad. Más allá un grupo de españoles metían toda la "bulla" que podían. Me di por vengado y entre en la Grand National Gallery.
Ninguna sensación especial recorrió mi cuerpo al entrar en este " regio museo, de tan ponposo nombre y helenica fachada". Nada que ver con nuestro Museo del Prado, no digamos con el parisino Louvre, tan solo algún Picasso y la colección religiosa de Caravaggio lo único que me hizo sentir una pizca de inquietud por la belleza del arte de la pintura.
Otra cosa fue el museo de Ciencias Naturales y el Britis Museum. La impresión fue monumental. Por dos razones: la primera por su cúpula, diseñada por Norman Foster, que deja ver un cielo infinito y da al interior del edificio una luminosidad absolutamente única. La segunda, por el contenido. Trozos enteros de la historia de Grecia, Roma, Egipto y otros países esperan allí a millones de visitantes. Entrar en la gallería Duveen no deja a nadie indiferente: la mitad de los mármoles que decoraban el Partenón de Atenas duermen allí. Los sentimientos se entrecruzan. El expolio que ha hecho el Imperio Británico especialmente a estos países es descomunal. Me pregunto ¿es justo que en pleno siglo 21 estas joyas no se devuelvan a su legítimos dueños?
Durante los 8 días que duró esta primera visita, el sol no apareció ni un solo instante. Caminaba por las calles entre etnias de mil países diferentes, rostros que hablan de diferentes soles y colores, todos en la misma nota, al mismo Tempo de una frenética melodía que hacia vivir al corazón de la ciudad… yo me preguntaba ¿donde están los ingleses? "¡Claro, con este tiempo quien aguanta aquí! “Se habrán ido todos a la Costa del Sol y no vendrán hasta el verano" me respondía a mi mismo. Recorría las calles en medio de la llovizna y de esa niebla terrorífica que hace desaparecer como por arte de magia viandantes, casas, monumentos etc.
Crucé la ciudad desde el aristócrata Westminster hasta el alternativo Camden Town, desde el elegante Chelsea hasta Liverpool Stret, en el corazón financiero de la City. Fui desde la realeza de Buckingham Palace hasta el multiétnico Indian District, desde Nottin Hill hasta South Bank... Atravesé el Támesis varias veces por todos los puentes, recorrí los Docklands (muelles). Accedí a la “Tate Modern”, el mayor templo actual del Arte Contemporáneo por el "puente del Milenio" con su delicada estructura de acero.
Cuando durante las largas caminatas apareció mi hambre canina e insaciable , comí el "roast beef", a orillas del Támesis, "sushi" en el Soho, "fish and chips " en la misma puerta de la Torre de Londres, mientras contemplaba despreocupado el paso de las barcazas silenciosas por debajo del Tower Bridge con su cargamento de turistas en dirección a la Noria y al Big ben...
Anduve en las húmedas noches por Trafalgar Square, con aires de venganza, buscando a Nelson (por lo que nos hizo en 1805), lo hallé allí en la gran plaza, con sus cuatro leones, encaramado en la eternidad de su columna, con la mirada perdida en los confines del Londres metropolitano y financiero. Debajo de él, cientos de turistas cámara en ristre, le retrataban sin piedad. Más allá un grupo de españoles metían toda la "bulla" que podían. Me di por vengado y entre en la Grand National Gallery.
Ninguna sensación especial recorrió mi cuerpo al entrar en este " regio museo, de tan ponposo nombre y helenica fachada". Nada que ver con nuestro Museo del Prado, no digamos con el parisino Louvre, tan solo algún Picasso y la colección religiosa de Caravaggio lo único que me hizo sentir una pizca de inquietud por la belleza del arte de la pintura.
Otra cosa fue el museo de Ciencias Naturales y el Britis Museum. La impresión fue monumental. Por dos razones: la primera por su cúpula, diseñada por Norman Foster, que deja ver un cielo infinito y da al interior del edificio una luminosidad absolutamente única. La segunda, por el contenido. Trozos enteros de la historia de Grecia, Roma, Egipto y otros países esperan allí a millones de visitantes. Entrar en la gallería Duveen no deja a nadie indiferente: la mitad de los mármoles que decoraban el Partenón de Atenas duermen allí. Los sentimientos se entrecruzan. El expolio que ha hecho el Imperio Británico especialmente a estos países es descomunal. Me pregunto ¿es justo que en pleno siglo 21 estas joyas no se devuelvan a su legítimos dueños?
Haciéndome miles de preguntas sobre la voracidad expoliadora
de los seres humanos, salí corriendo en busca, otra vez, del sueño sensual,
plástico que provoca en mí la ansiedad por descubrir el alma de la gran urbe. De
Picadilly a Oxford circus, pasando por el Soho me sumergí en ese submundo
paralelo que de acá para allá que continuaba bailando al compás del dinero y el
lujo. Crucé miradas con aristócratas pamelas. Sahri indios, turbantes y velos musulmanes, pañuelos
palestinos, negros afroamericanos,
judíos errantes, Dr.Jekyl y Mr...Hyde, y hasta con Sherlock Holmes y su
ayudante. En el museo de cera de Madame Tussaudst saludé a Jack
el destripador.
Algunas noches me refugiaba de la lluvia y la humedad en The
Albert (Victoria stret) a tomar mi
ración de "pintas". Bueno, un par de ellas solamente, por lo del líquido…. The Albert es quizá el ultimo Pub inglés en el
que te sientes como en una autentica taberna inglesa de las de hace un par de
siglos.
Otras veces caminaba por la zona del West End, con el deseo ya predispuesto para disfrutar de las cosas y situaciones que nada más pueden ocurrir allí. Pub y clubs de uso privado, para Lores y elegantes caballeros, junto a bares de música caribeña, Jazz de Nueva Orleans, violines bohemios, vedettes emplumadas, o música negra de Senegal. Todos llenos de gente de cualquier lugar del mundo persiguiendo sueños de felicidad consumista, sin querer dejar de ser Petter Pan. La lluvia arreciaba a esas horas, caminaba por las calles encandilado por el neón de los grandes musicales, mientras de las limusinas bajaban mujeres de mirada arrogante, ofensiva, cubiertas de carisimas pieles. Su contorno se perdía en las sombras de las calles, yo miraba hacia el cielo de Londres, buscaba alguna estrella fuera del "artificial resplandor," no la encontré, más allá, todo era negro y gris, como la vida de aquella gente cuando se bajaba el telón, se apagaban las luces y cerraban los teatros.
Otras veces caminaba por la zona del West End, con el deseo ya predispuesto para disfrutar de las cosas y situaciones que nada más pueden ocurrir allí. Pub y clubs de uso privado, para Lores y elegantes caballeros, junto a bares de música caribeña, Jazz de Nueva Orleans, violines bohemios, vedettes emplumadas, o música negra de Senegal. Todos llenos de gente de cualquier lugar del mundo persiguiendo sueños de felicidad consumista, sin querer dejar de ser Petter Pan. La lluvia arreciaba a esas horas, caminaba por las calles encandilado por el neón de los grandes musicales, mientras de las limusinas bajaban mujeres de mirada arrogante, ofensiva, cubiertas de carisimas pieles. Su contorno se perdía en las sombras de las calles, yo miraba hacia el cielo de Londres, buscaba alguna estrella fuera del "artificial resplandor," no la encontré, más allá, todo era negro y gris, como la vida de aquella gente cuando se bajaba el telón, se apagaban las luces y cerraban los teatros.
Exhausto, pero feliz,
la última noche cogí el bus 24 para volver al hotel, bajaba por Whitehall, mire para atrás,
entre la lluvia y la niebla me parecio ver a Billy
Elliot y a Mary Poppins con el paraguas y su sombrero, diciéndome
adiós con la mano. Respondí de la misma forma, ante la mirada
perpleja del pasajero que ocupaba
el asiento de al lado.
Después de la primera visita que dio pie a este relato he vuelto varias veces a esta "megapolis" y siempre descubro algo nuevo de la magia que esta ciudad posee. Finalmente, mi agradecimiento a todo el personal del centro Diaverum
de Lewisham que hicieron posible mi deseo de visitar
Londres.
Nota del autor: este articulo fue publicado por primera el mes de febrero pasado en una colaboración para la revista "Dialogo" , revista especializada en insuficiencia renal y hemódialisis que edita el grupo sueco Diaverum,
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