Francisco Lorenzo

Francisco Lorenzo

sábado, 30 de octubre de 2010

Centenario del nacimiento de Miguel Hernández




Hoy 30 de octubre se cumplen cien años del nacimiento del poeta de Orihuela. Nadie como Miguel Hernández supo expresar con palabras simples y directas, el dolor y la esperanza del ser humano, de amar y morir siendo hombre y pobre. Su acento sincero y hermoso a la vez, inspirado por la fecundidad  de la tierra y el empuje fuerte de la vida y del pueblo, es la voz de los humildes que ha conquistado la dicción culta para decir sus verdades. Fiel a su clase social hasta la muerte, se encontró de frente la catástrofe social de una guerra civil sin cuartel ni perdón. Expresó ese dolor y supo también expresar la esperanza: para la libertad, sangro, lucho, pervivo, para la libertad. Y aunque murió tan joven, su voz siguen viva en los corazones de las gentes que ansían ser buenas, sus versos son un faro de luz para los que todavía creen en un mundo nuevo, mejor para los humanos. A los cien años de su nacimiento celebramos su gran lección de amor, belleza y heroísmo, como homenaje he vuelto a releer su libro Viento del pueblo.
Con Viento del pueblo -libro al que sigue El hombre acecha-, Miguel Hernández insufla a sus versos un profundo contenido social. "Los poetas -afirma Miguel Hernández sin tapujos- somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas." Tal vez uno de los poemas del libro que mejor reflejan una limpísima preocupación social sea el titulado "El niño yuntero", que  les reproduzco a continuación. El "niño yuntero", por desgracia , no es algo alejado en el tiempo, hoy a pesar de tantos avances en lo científico sigue habiendo millones de niños yunteros en el mundo, trabajan en Perú, Ecuador,México,Bolivia,Filipinas,India,China, en  Asia y África. Trabajan en minas,trabajan en pequeños talleres con horarios de esclavitud,trabajan para producir los productos que en occidente compramos por unas monedas. Este poema pone de manifiesto la actualidad de la poesía hernandiana.

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.


Miguel Hernández, 1937


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