Francisco Lorenzo

Francisco Lorenzo

viernes, 9 de enero de 2009

El suplicio de un pueblo

Al acabar la segunda guerra mundial las potencias coloniales occidentales con el Reino unido a la cabeza entregaron Palestina con todos sus habitantes, a una pequeña secta hebrea europea para que gestionara sus intereses en Oriente Próximo. Desde entonces, EEUU, la UE, y algunos gobiernos árabes –con la valiosísima ayuda de la prensa y la televisión- vienen concediendo medios y autorización al sionismo para administrar libremente el dolor de la población nativa y planificar a voluntad su linchamiento minucioso: expulsiones, masacres, limpieza étnica, destrucción de casas, asedio medieval por hambre, prisión, tortura, muros, bombardeos, Israel prolonga voluptuosamente un genocidio homeopático al que ha sucumbido ya la autoridad jurídica y moral de las Naciones Unidas. Desde el principio Israel, que nunca pensó compartir el territorio palestino con sus legítimos propietarios, osciló entre la tentación de la “solución final” y la conservación de una reducida reserva nativa para uso al mismo tiempo ideológico y económico. En la politica interna, el voto democrático de los israelíes recompensa la oferta en cadáveres palestinos de los candidatos; en términos económicos, Israel depende hoy más que nunca del lucrativo negocio de la guerra y la seguridad. A veces cuesta reprimirse, pero el pragmatismo impone matar a los palestinos poco a poco; y a nosotros nos exige admirar y aplaudir a Israel por su disciplina y magnanimidad.

A los nazis nadie los comparaba con los nazis: bastaba con llamarlos asesinos. En todo caso, lo que parece que inhabilita la comparación es el hecho de que los israelíes matan palestinos y no europeos, mientras que el horror inigualable del nazismo consistió –como bien explicaba Simone Weil- en que el III Reich hizo con nosotros lo mismo que nosotros habíamos hecho siempre con los pueblos colonizados. El linchamiento de Gaza parece perfectamente compatible con la afirmación de nuestros valores superiores. Cuando se linchaban negros en los EEUU, y las fotografías de sus cadáveres se enviaban como felicitaciones de cumpleaños o de Navidad, lo que habían hecho –y que justificaba su ahorcamiento sin juicio- resplandecía amenazador en lo que eran. Así ocurre con los palestinos. La agresión palestina a Israel es ontológicamente anterior a la ocupación sionista, es lo primero de todo: es sencillamente su existencia. Sus gemidos son “fanáticos”, su llanto “antisemita”, su rabia –claro- “terrorista”. Sólo en este sentido puede decirse que los bombardeos de Gaza son “desproporcionados”, porque son en efecto una respuesta anticipada y una respuesta todavía insuficiente a la existencia desnuda de los palestinos; frente a esta amenaza total e irreductible lo único “proporcional” sería el asesinato de 1 millón, de 4 millones, de 8 millones de palestinos. Israel, una vez más, se contiene y nosotros se lo agradecemos.

Desapareció la URRS y todos aplaudimos. Desapareció Yugoslavia y nos alegramos. Han desaparecido decenas de países -Checoslovaquia y Rhodesia y la Sudáfrica racista entre otros- y no ha ocurrido nada. ¿Por qué habría de ser criminal ahora reclamar la desaparición de un Estado criminal? No nos engañemos: la única solución al problema israelí, que amenaza la paz mundial, es la disolución del Estado de Israel. Demos luego libertad a los refugiados palestinos para volver a Palestina y libertad a los judíos exisraelíes para volver a sus países de origen y que a continuación la población restante funde un nuevo Estado laico, democrático y socialista. Se dirá que esta solución no es realista. Pero ¿fue realista la partición? ¿Fue realista la resolución 242 de la ONU? ¿Fueron realistas los claudicantes acuerdos de Oslo? ¿La Hoja de Ruta? ¿Anápolis? ¿La solución de los dos Estados? ¿La democratización ejemplar de Palestina? Los palestinos tendrán que ser aún más realistas si quieren ser aceptados por la comunidad internacional: tendrán que dejar de defenderse, tendrán que dejar de gritar, tendrán que dejar de llorar, tendrán que dejar de respirar. Si los límites del realismo los dicta Israel, y los avalan EEUU, la UE y los gobiernos árabes , no hay para los palestinos ninguna esperanza. Pero si realismo es igual a genocidio, si realismo es igual a injusticia radical y crimen ininterrumpido, si realismo significa tirar a la basura definitivamente el derecho internacional, los DDHH y la civilización más elemental, si realismo quiere decir desaparición sin esperanza del pueblo palestino, entonces los palestinos tienen todo el derecho del mundo a luchar con uñas y con dientes por existir y de utilizar también todos los medios a su alcance no son mas legitimas las aciones de Israel. el pueblo palestino tiene todo el derecho de escupir su odio sobre occidente sobre todos nosotros que no hemos hecho nada para impedir que Israel ponga a la humanidad entera fuera de sí misma y que hemos perdido de esa forma al derecho a protestar, escandalizarnos y moralizar. La palabra Holocausto –sacrificio total- encaja bastante bien en lo que Israel, EEUU, la UE y los gobiernos árabes le están haciendo a todo el mundo.

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