Francisco Lorenzo

Francisco Lorenzo

domingo, 4 de octubre de 2009

Historias de mi rebalaje: Tonino



El mar:
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá? Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera;
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!
(Rafael Alberti)

Su rostro cetrino algo arrugado hacia juego con sus chispeantes y húmedos ojos verdes. Cubría su cabeza con un viejo gorro de lana del que solo se desprendía cuando entraba en su casa o en la taberna. Completaba su indumentaria un pantalón arremangao hasta la pantorrilla y una camisa marenga abotonada hasta el cuello. En invierno llevaba en la mano una gastada pelliza que casi nunca se ponía. Parco en palabras, muy cauto, tranquilo, dotado de la sabia "cachaza" adquirida en años de lucha contra el tiempo, en medio de la soledad de los mares. Más que hablar, solía escuchar. Jamás lo vi enfadarse.
Isabel su compañera se quejaba algunas veces, le decía: "Hijo hay que sacarte las palabras con sacacorchos”...; Su palabra, si la empeñaba "iba a misa", aunque a la iglesia iba poco. No era amigo del cura, ni de la religión; solía decir: "Yo creo a mi manera, solo en esta, la estrella del mar, la que guía mi navegación por las difíciles y turbulentas aguas de la vida"; y besaba el gastado escapulario de la Virgen del Carmen que llevaba debajo de su camisa marenga. Si en alguna ocasión tenía que asistir al templo por cuestión de cumplimiento, cualquier celebración, algún entierro, etc., se quedaba sentado en los poyetes de la puerta. Solo entraba dentro para ayudar a sacar en andas a la Patrona del Mar.
Tonino nació casi en el rebalaje, su casa estaba en la misma divisoria de la playa y el pueblo. El vivir tan cerca del mar tuvo mucho que ver con su forma particular de ver la vida. Le inculcó una enorme pasión que cruzaba por todos sus sentidos. El murmullo del oleaje, la bravura de las olas, la dulce paz que da la pesca, navegar y entender ese mar a veces imprevisible y cambiante. Todo esto fue forjando el carácter especialmente humano del pescador. Siempre vivió de la mar, no sabia hacer otra cosa, lo suyo era navegar y arrancarle al mar sus frutos. Pasaba más horas a bordo de la "Isabel" que en su casa.
Conocí a Tonino un día de mala mar. Me lo presentó mi padre en la taberna de "El Jabonera", donde echaban una partida de cartas con otros marineros. Se jugaban a la "ronda" el café y la copa de Terry.
La taberna de "El Jabonera" estaba a la entrada del pueblo, junto a la carretera. Era una amplia choza de cañas y madera con los techos impermeabilizados por gavillas de eneas. En el interior de disponían unas pocas mesas, unas sillas con los asientos también de eneas, un pequeño mostrador y una vieja estantería con algunas botellas de aguardiente y coñac. En el suelo sobre un rincón estaban las damajuanas con licores a granel y el vino Costa.
En este modesto lugar, Manuel "El Jabonera " y su mujer Carmela atendían a las gentes de la mar, o a los de campo, daba igual. Todos más o menos andaban igual de sobrados.
Eran malos tiempos, los inviernos muy largos. La clientela crecía por la mañana, los marineros para combatir el frío y la humedad antes de hacerse a la mar compraban litros de coñac a granel. El resto del día en la taberna apenas había clientes, hasta el regreso de los pescadores, a excepción de los días en que el Poniente soplaba. Esos días los marengos se refugiaban aquí, pasaban el tiempo jugando a las cartas, bebiendo y apuntando en la libreta de Carmela hasta que ganaban algo, esto en invierno era un día poco y al siguiente nada.

El día de mi bautizo en la mar me desperté temprano. Apenas si habia pegado un ojo en toda la noche, pensando como seria mi primer día de pesca con Tonino a bordo de la "Isabel." Hice un desayuno fuerte, como él me había indicado, tome la pastilla de biodramina para el mareo en la mar y salí a la calle aún de noche.
Una ligera brisa me da en la cara y espabila mis adormilados ojos, en la calle reina una completa oscuridad. Todavía en la noche ni una señal de la próxima alba. Tan solo la luz de una pobre lámpara de báculo adosada a la pared de la esquina del callejón de la iglesia. Miro el reloj. Son las 6 de la mañana. Andando desemboco en la calle del Mar. Los destellos del faro Sacratif iluminan la playa por encima del peñón de Jolucar. Un cartel situado junto a la playa dice: "Prohibido salir de la playa en traje de baño", cosas de la moral de aquel tiempo. Hay carteles por toda la playa, los ha mandado poner el nuevo cura. Tonino decía: "Este es peor, todavía más vehemente que el se ha jubilado".
Un grupo de marengos están alrededor de la barca, esperan que Tonino de la orden para soltar el cable que la mantiene enganchada al viejo y herrumbroso torno. El patrón apoyado con los codos sobre la borda está con su ritual de todas las mañanas. Saca su petaca y el librito de papel, lía un "curruco." Los marengos saben que hasta que no tire la colilla a la arena, el patrón no dará la esperada orden. Diego "El Negro," tripulante de la barca coloca traviesas de madera untadas con sebo para que se desplace mejor la quilla de la embarcación, mientras Andrés "El Mellao" coloca sobre la banda de babor las cestas con los palangres ya armados y cebados, sobre estribor coloca las nasas.
Por fin el patrón da la orden.... “vamos con ella al agua". Los marengos empujan la barca hacia el mar. Las traviesas se van sucediéndose unas a otras hasta que la popa entra en las aguas, muy tranquilas esta mañana. Suben el patrón y los dos tripulantes. "El negro" desde la banda tira de mi brazo impulsándome a bordo, me sienta en el banco de popa junto a Tonino. Los dos tripulantes enganchan los remos a los toletes, comienzan a bogar. Tonino toma la caña del timón para maniobrar y poner proa adentro. Lentamente "La Isabel" se va alejando de la costa, navegamos de empopada, lo que facilita el remar y el desplazamiento de la barca. Doblamos el cabo Sacratif, seguimos la derrota hasta buscar la "marca" situada en una zona de cantiles a tres millas en línea recta con la torre de la iglesia de Calahonda
Al llegar al punto escogido por el patrón, "la Isabel" cambia el rumbo, navegamos mar adentro, hacia el suroeste, yo me encargo del timón. Siento un cosquilleo en mi cuerpo, por primera vez mis manos gobiernan una embarcación. Mi sueño se ha hecho realidad. Ahora solo rema el "Negro". Tonino y el "Mellao" van largando uno tras otro los palangres, seguidamente sumergen las nasas lastradas para que lleguen al fondo.
Terminadas las faenas de colocar los artes Tonino ordena echar el ancla. La "Isabel" queda al pairo. Es tiempo de espera, se aprovecha para desayunar. De una cesta de mimbre se saca pan, tocino, queso, ajos, trozos de brótola frita y carne membrillo.
Apenas hacia unos minutos que habíamos empezado a comer, cuando el mar comenzó a rizarse. El patrón dirige una mirada a los tripulantes que entienden rápidamente la situación, se ponen mano a la obra. Hay que recuperar rápidamente los aparejos y llegar los más pronto posible a la costa.
Tonino está tranquilo confía en su experiencia y en la de los otros dos tripulantes, no es la primera vez que se enfrentan a esta situaciones. Las capturas se van apilando en canastos en el centro de barca. De los anzuelos de los palangres,las manos habilidosas de los marineros van desprendiendo besugos, brótolas y rojizas gallinetas.

Es poco más de medio día, un grupo de gentes de todas las edades se arremolina en la playa, se les ve nerviosos, alterados. Comentan con preocupación y refieren el mal tiempo desatado. Esta mañana, como cada día el viejo Tonino a bordo de la "Isabel" se hizo a la mar en calma. A media mañana comenzó a soplar una ligera brisa de Levante que ha ido arreciando hasta convertirse en temporal. Cientos de ojos fijos en el horizonte esperando ver aparecer a la vieja barca de pesca. Alguien grita y señala con el dedo el punto en el mar donde la pueden ver luchando con el temporal. Tienen suerte de haber puesto rumbo al Este buscando el caladero donde echar los artes. Si el temporal viniera de Poniente, los pescadores tendrían un problema mucho más serio.
La "Isabel" aparece y desaparece engullida por la jungla de olas. El corazón de estas gentes se encoge de miedo cada vez que la pierden de vista .Tonino ordena las maniobras a los otros dos tripulantes, que bogan para coger las olas con la corriente a favor, tratando que les empuje hasta la playa, mientras él patrón permanece "clavao" al banco del timón, manteniendo el rumbo. Durante todo el tiempo el patrón me tiene a su lado, pendiente de mantenerme pegado al banco de popa.
En la playa adivinan la maniobra y rápidamente empiezan a tomar posiciones. Unos traen hasta el rompeolas el oxidado cable del torno, otros cargan con las traviesas embadurnadas de cebo disponiéndolas por la playa, los demás forman dos filas. En cada una sostienen una gruesa maroma para tratar de inmovilizar la barca nada más tocar tierra y evitar que los golpes de las olas la vuelque y la destroze
Lentamente la pericia de timonel y remeros consiguen acercar la "Isabel" hasta la poblada playa. Ahora llega lo más difícil, tratar de pasar el rompeolas sin que un golpe de mar los mande al fondo. Tonino ordena bogar a los dos marineros y les grita "ahora, nos vamos con esta que viene de atrás”. La barca coge la cresta de de la ola y como si fuera un tabla de surf, es empujada hacia las rompientes. Tonino ordena dejar de bogar y esperar hasta la siguiente manteniendo la barca de popa hacia la corriente de las olas. La siguiente no se hace esperar Tonino vuelve a gritar "con esta llegamos". La enorme fuerza del mar empuja hasta la playa a la barca. Al tocar la arena, los marineros, Tonino y yo saltamos fuera de la barca. Un esforzado número hombres en calzoncillos se lanzan sobre ella por babor y estribor, colocan las maromas, las dos filas tiran y tensan, otros colocan el cable del torno, las traviesas y la Isabel sube lentamente hasta la parte alta de la playa. En el rebalaje está casi todo el pueblo, la gente nos abraza, Tonino, los dos tripulante y yo damos las gracias a todos por la ayuda que nos han prestado. Sin ellos lo hubiéramos pasado muy mal, a lo mejor yo no lo estaría contando. El patrón da una última orden. La pesca que trae la " Isabel" se reparta entre los vecinos más necesitados del pueblo. Ahora, todos nos dirigimos al pequeño Templo . Tonino saca de entre su mojada camisa el gastado escapulario de la Virgen del Carmen, lo besa. En su corazón guarda una promesa: Mientras viva y pueda, todos los años el 16 de julio portara sobre hombros las andas de su Virgen. No lo pudo cumplir muchos años.

Murió en el chambao de cañas de su puerta, frente a la mar de toda su vida. Se fue un día de Septiembre, a la par con la tarde, en el crepúsculo. Venus, compañera de sus diarias singladuras al alba no quiso faltar a esa última cita para despedirle. Isabel lo llamo varias veces... no le respondió. Lo traqueteó por los hombros y empezó a comprender..., aviso a varias vecinas que rápidamente llamaron a D. José, el médico que veraneaba en la misma calle. El hombre lo único que pudo hacer fue certificar su muerte.
Sentí mucho su desaparición, me unían al viejo patrón lazos invisibles que el tiempo que duro nuestra amistad fue tejiendo, haciendo cada vez más fuertes a través de múltiples vivencias, de nuestras conversaciones interminables, de los miles de sencillos consejos, que como filósofo doctorado en la carrera de la vida me daba y también de alguna que otra regañina a miss locuras de juventud. Desde el día que nos conocimos me trato como si fuera un hijo, quizá el hijo tanto ansiaba y que nunca tuvo. Tonino me enseño a ver a la mar como la madre de la vida, decía: A este mundo nos trae la madre pero la vida al mundo la trajo la mar. Todo empezó ahí, señalaba con su dedo, dentro de su gran seno, dentro de sus entrañas, repetía. Hoy después del tiempo que hace, diría que su repentina desaparición me dejo un tanto huérfano, como si alguien hubiera cortado de golpe y para siempre esos hilos que me unían al viejo pescador.

Algunos días mientras camino por el rebalaje viene a mi memoria las imágenes de hace años. La vieja barca verde y azul en la playa, varada sobre un costado. El viejo y herrumbroso torno del varadero. El brocal blanco con la garrucha del pozo salobre donde las mujeres de los marineros cogian agua para lavar. El viejo Tonino en la mecedora, durmiendo la siesta debajo del chambao de cañas y carrizos, a la puerta de su casa. Imágenes, vivencias de un tiempo ya desaparecido, pero del que no renuncio ni un ápice. Imágenes que me perseguirán durante todo el tiempo que dure mi singladura por este Mundo.

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