El mar:
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la
mar!
¿Por qué me
trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me
desenterraste
del mar?
En sueños la
marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera
llevar.
Padre, ¿por qué me
trajiste
acá? Gimiendo por
ver el mar,
un marinerito en
tierra
iza al aire este
lamento:
¡Ay mi blusa
marinera;
siempre me la
inflaba el viento
al divisar la
escollera!
(Rafael Alberti)
El otro día leyendo
estos versos de Rafael Albert vinieron a mi memoria algunas
historia de mi vida en relación con el mar. Y es que el mar siempre
ha tenido una fuerte influencia sobre mi vida, hasta el punto que
a diario tengo que pisar el rebalaje. Es como un ritual, en el que diariamente tengo que rendirle tributo por mi existencia.
Muchas veces me he preguntado el porqué de esta dependencia espiritual mía del mar. La única razón lógica para explicar este amor platónico tal vez sea , que la la mayor parte de mi infancia la pase en su orilla en una casa pequeña de la Acera del Mar en la Torre (Torrenueva) en un tiempo en el que este anejo no era nada más que una aldea de pescadores y unos pocos campesinos. Recuerdos las noches en la que me dormía al arrullo de la mar en calma, con esa especie de nana que era el ruido suave de las olas en su ir y venir sobre la playa . Otras noches era su furia embravecida la que me sacaba de mi sueños infatiles, aquellos temibles temporales de invierno que se comían la playa dejando al descubierto los débiles cimientos de nuestra casa. Era terrorífico el silbido del viento de poniente haciendo crujir las ventanas.
Muchas veces me he preguntado el porqué de esta dependencia espiritual mía del mar. La única razón lógica para explicar este amor platónico tal vez sea , que la la mayor parte de mi infancia la pase en su orilla en una casa pequeña de la Acera del Mar en la Torre (Torrenueva) en un tiempo en el que este anejo no era nada más que una aldea de pescadores y unos pocos campesinos. Recuerdos las noches en la que me dormía al arrullo de la mar en calma, con esa especie de nana que era el ruido suave de las olas en su ir y venir sobre la playa . Otras noches era su furia embravecida la que me sacaba de mi sueños infatiles, aquellos temibles temporales de invierno que se comían la playa dejando al descubierto los débiles cimientos de nuestra casa. Era terrorífico el silbido del viento de poniente haciendo crujir las ventanas.
Estas vivencias vividas en una edad tan temprana determinaron para siempre mi relación con el mar. Pero también tuvo la culpa un viejo amigo, un sabio pescador que inculco en mi la pasión por las cosas de la mar, hasta el punto de que siempre me he considerado un miembro más de la familia marenga , aunque no tengo ninguna relación profesional con el gremio, si me unen muchos lazos afectivos . El sabio pescador se llamaba Antonino Reyes Segura, pero todo el mundo lo conocía por el viejo Tonino.
Su rostro cetrino
algo arrugado hacia juego con sus chispeantes y húmedos ojos verdes.
Cubría su cabeza con un viejo gorro de lana del que solo se
desprendía cuando entraba en su casa o en la taberna. Completaba su
indumentaria un pantalón arremangao hasta la pantorrilla y una
camisa marenga abotonada hasta el cuello. En invierno llevaba en la
mano una gastada pelliza que casi nunca se ponía. Parco en palabras,
muy cauto, tranquilo, dotado de la sabia "cachaza"
adquirida en años de lucha contra el tiempo, en medio de la soledad
de los mares. Más que hablar, solía escuchar. Jamás lo vi
enfadarse. Isabel, su compañera, se quejaba algunas veces, le decía:
"Hijo hay que sacarte las palabras con sacacorchos”...; Su
palabra, si la empeñaba "iba a misa", aunque a la iglesia
iba poco. No era amigo del cura, ni de la religión; solía decir:
"Yo creo a mi manera, solo en Esta.. La Estrella del mar, la que
guía mi navegación por las difíciles y turbulentas aguas de la
vida"; y besaba el gastado escapulario de la Virgen del Carmen
que llevaba debajo de su camisa marenga. Si en alguna ocasión tenía
que asistir al templo por cuestión de cumplimiento, cualquier
celebración, algún entierro, etc., se quedaba sentado en los
poyetes de la puerta. Solo entraba dentro para ayudar a sacar en
andas a la Patrona del Mar.
Tonino nació casi en el rebalaje, su casa estaba en la misma divisoria de la playa y el pueblo. El vivir tan cerca del mar tuvo mucho que ver con su forma particular de ver la vida. Le inculcó una enorme pasión que cruzaba por todos sus sentidos. El murmullo del oleaje, la bravura de las olas, la dulce paz que da la pesca, navegar y entender ese mar a veces imprevisible y cambiante. Todo esto fue forjando el carácter especialmente humano del pescador. Siempre vivió de la mar, no sabia hacer otra cosa, lo suyo era navegar y arrancarle al mar sus frutos. Pasaba más horas a bordo de la "Isabel" que en su casa.
Conocí a Tonino un
día de mala mar. Me lo presentó mi padre en la taberna de "El
Jabonera", donde echaban una partida de cartas con otros
marineros. Se jugaban a la "ronda" el café y la copa de
Terry.
La taberna de "El
Jabonera" estaba a la entrada del pueblo, junto a la carretera.
Era una amplia choza de cañas y madera con los techos
impermeabilizados por gavillas de eneas. En el interior de disponían
unas pocas mesas, unas sillas con los asientos también de eneas, un
pequeño mostrador y una vieja estantería con algunas botellas de
aguardiente y coñac. En el suelo sobre un rincón estaban las
damajuanas con licores a granel y el vino Costa.
En este modesto
lugar, Manuel "El Jabonera " y su mujer Carmela atendían a
las gentes de la mar, o a los de campo, daba igual. Todos más o
menos andaban igual de sobrados. Eran malos tiempos, los inviernos
demasiados largos, pocos los jornales que la mar y el campo daban.
La clientela crecía por la mañana, los marineros para combatir el
frío y la humedad antes de hacerse a la mar compraban litros de
coñac a granel. El resto del día en la taberna apenas había
clientes, hasta el regreso de los pescadores, a excepción de los
días en que el Poniente soplaba. Esos días los marengos se
refugiaban aquí, pasaban el tiempo jugando a las cartas, bebiendo y
apuntando en la libreta de Carmela hasta que ganaban algo, esto en
invierno era un día poco y al siguiente
nada.
El día que conocí a tonino lo recuerdo especialmente porque al saludarme dijo sonriendo : venga esa mano chaval chocala como los hombres , Carmela invita al chico a una gaseosa y un pestiño que lo van pagar estos inútiles hijos de Nepuno en referencia clara a los que iban a perder la partida . Después en la puerta de la taberna cuando nos marchábamos para casa me preguntó ¿ te gusta la mar muchacho? ¿ estás bautizado? Respondí sorprendido : ¡pues claro que si!...¿como no voy estarlo? . No es ese bautizo al que me refiero , me refiero a tu bautizo marino... se le llama así a la primer vez vez que una persona sube a navegar sobre cualquier cosa que flote.
El día de mi bautizo en la mar me desperté temprano. Apenas si había pegado un ojo en toda la noche, pensando como seria mi primer día de pesca con Tonino a bordo de la "Isabel." Hice un desayuno fuerte, como él me había indicado, tome la pastilla de biodramina para el mareo en la mar y salí a la calle aún de noche. Una ligera brisa me da en la cara y espabila mis adormilados ojos, en la calle reina una completa oscuridad. Todavía en la noche ni una señal de la próxima alba. Tan solo la luz de una pobre lámpara de báculo adosada a la pared de la esquina del callejón de la iglesia. Miro el reloj. Son las 6 de la mañana. Andando desemboco en la calle del Mar. Los destellos del faro Sacratif iluminan la playa por encima del Peñón de Jolucar. Un cartel situado junto a la playa dice: "Prohibido salir de la playa en traje de baño", cosas de la moral de aquel tiempo. Hay carteles por toda la playa, los ha mandado poner el nuevo cura. Tonino decía: "Este siendo tan joven es aun peor, todavía es más vehemente, carca e integrista que el se ha jubilado".
Un grupo de marengos están alrededor de la barca, esperan que Tonino de la orden para soltar el cable que la mantiene enganchada al viejo y herrumbroso torno. El patrón apoyado con los codos sobre la borda está con su ritual de todas las mañanas. Saca su petaca y el librito de papel, lía un "curruco." Los marengos saben que hasta que no tire la colilla a la arena, el patrón no dará la esperada orden. Diego "El Negro," tripulante de la barca coloca traviesas de madera untadas con sebo para que se desplace mejor la quilla de la embarcación, mientras Andrés "El Mellao" coloca sobre la banda de babor las cestas con los palangres ya armados y cebados, sobre estribor coloca las nasas.
Tonino da una ultima calada al "curruco" que está a punto de quemarle los ennegrecidos dedos, dando por fin la orden.... “vamos con ella al agua". Los marengos empujan la barca hacia el mar. Las traviesas se van sucediéndose unas a otras hasta que la popa entra en las aguas, muy tranquilas esta mañana. Suben el patrón y los dos tripulantes. "El negro" desde la banda tira de mi brazo impulsándome a bordo, me sienta en el banco de popa junto a Tonino. Los dos tripulantes enganchan los remos a los toletes, comienzan a bogar. Tonino toma la caña del timón para maniobrar y poner proa adentro. Lentamente "La Isabel" se va alejando de la costa, navegamos de empopada, lo que facilita el remar y el desplazamiento de la barca. Doblamos el cabo Sacratif, seguimos la derrota hasta buscar la "marca" situada en una zona de cantiles a tres millas en línea recta con la torre de la iglesia de Calahonda
Al llegar al punto
escogido por el patrón, "la Isabel" cambia el rumbo,
navegamos mar adentro, hacia el suroeste, yo me encargo del timón.
Siento un cosquilleo en mi cuerpo, por primera vez mis manos
gobiernan una embarcación. Mi sueño se ha hecho realidad. Ahora
solo rema el "Negro". Tonino y el "Mellao" van
largando uno tras otro los palangres, seguidamente sumergen las nasas
lastradas para que lleguen al fondo.
Terminadas las faenas de colocar los artes Tonino ordena echar el ancla. La "Isabel" queda al pairo. Es tiempo de espera, se aprovecha para desayunar. De una cesta de mimbre se saca pan, tocino, queso, ajos, trozos de brótola frita y carne membrillo.
Apenas hacia unos
minutos que habíamos empezado a comer, cuando el mar comenzó a
rizarse. El patrón dirige una mirada a los tripulantes que entienden
rápidamente la situación, se ponen mano a la obra. Hay que
recuperar rápidamente los aparejos y llegar los más pronto posible
a la costa.
Tonino está
tranquilo confía en su experiencia y en la de los otros dos
tripulantes, no es la primera vez que se enfrentan a esta
situaciones. Las capturas se van apilando en canastos en el centro de
barca. De los anzuelos de los palangres,las manos habilidosas de los
marineros van desprendiendo besugos, brótolas y rojizas gallinetas.
Es poco más de
medio día, un grupo de gentes de todas las edades se arremolina en
la playa, se les ve nerviosos, alterados. Comentan con preocupación
y refieren el mal tiempo desatado. Esta mañana, como cada día el
viejo Tonino a bordo de la "Isabel" se hizo a la mar en
calma. A media mañana comenzó a soplar una ligera brisa de Levante
que ha ido arreciando hasta convertirse en temporal. Cientos de ojos
fijos en el horizonte esperando ver aparecer a la vieja barca de
pesca. Alguien grita y señala con el dedo el punto en el mar donde
la pueden ver luchando con el temporal. Tienen suerte de haber puesto
rumbo al Este buscando el caladero donde echar los artes. Si el
temporal viniera de Poniente, los pescadores tendrían un problema
mucho más serio.
La "Isabel"
aparece y desaparece engullida por la jungla de olas. El corazón de
estas gentes se encoge de miedo cada vez que la pierden de vista
.Tonino ordena las maniobras a los otros dos tripulantes, que bogan
para coger las olas con la corriente a favor, tratando que les empuje
hasta la playa, mientras él patrón permanece "clavao" al
banco del timón, manteniendo el rumbo. Durante todo el tiempo el
patrón me tiene a su lado, pendiente de mantenerme pegado al banco
de popa.
En la playa adivinan
la maniobra y rápidamente empiezan a tomar posiciones. Unos traen
hasta el rompeolas el oxidado cable del torno, otros cargan con las
traviesas embadurnadas de cebo disponiéndolas por la playa, los
demás forman dos filas. En cada una sostienen una gruesa maroma para
tratar de inmovilizar la barca nada más tocar tierra y evitar que
los golpes de las olas la vuelque y la destroze
Lentamente la
pericia de timonel y remeros consiguen acercar la "Isabel"
hasta la poblada playa. Ahora llega lo más difícil, tratar de pasar
el rompeolas sin que un golpe de mar los mande al fondo. Tonino
ordena bogar a los dos marineros y les grita "ahora, nos vamos
con esta que viene de atrás”. La barca coge la cresta de de la ola
y como si fuera un tabla de surf, es empujada hacia las rompientes.
Tonino ordena dejar de bogar y esperar hasta la siguiente manteniendo
la barca de popa hacia la corriente de las olas. La siguiente no se
hace esperar Tonino vuelve a gritar "con esta llegamos". La
enorme fuerza del mar empuja hasta la playa a la barca. Al tocar la
arena, los marineros, Tonino y yo saltamos fuera de la barca. Un
esforzado número hombres en calzoncillos se lanzan sobre ella por
babor y estribor, colocan las maromas, las dos filas tiran y tensan,
otros colocan el cable del torno, las traviesas y la Isabel sube
lentamente hasta la parte alta de la playa. En el rebalaje está casi
todo el pueblo, la gente nos abraza, Tonino, los dos tripulante y yo
damos las gracias a todos por la ayuda que nos han prestado. Sin
ellos lo hubiéramos pasado muy mal, a lo mejor yo no lo estaría
contando. El patrón da una última orden. La pesca que trae la "
Isabel" se reparta entre los vecinos más necesitados del
pueblo. Ahora, todos nos dirigimos al pequeño Templo . Tonino saca
de entre su mojada camisa el gastado escapulario de la Virgen del
Carmen, lo besa. En su corazón guarda una promesa: Mientras viva y
pueda, todos los años el 16 de julio portara sobre hombros las andas
de su Virgen. No lo pudo cumplir muchos años.
Murió en el chambao
de cañas de su puerta, frente a la mar de toda su vida. Se fue un
día de Septiembre, a la par con la tarde, en el crepúsculo. Venus,
compañera de sus diarias singladuras al alba no quiso faltar a esa
última cita para despedirle. Isabel lo llamo varias veces... no le
respondió. Lo traqueteó por los hombros y empezó a comprender...,
aviso a varias vecinas que rápidamente llamaron a D. José, el
médico que veraneaba en la misma calle. El hombre lo único que pudo
hacer fue certificar su muerte.
Sentí mucho su
desaparición, me unían al viejo patrón lazos invisibles que el
tiempo que duro nuestra amistad fue tejiendo, haciendo cada vez más
fuertes a través de múltiples vivencias, de nuestras conversaciones
interminables, de los miles de sencillos consejos, que como filósofo
doctorado en la carrera de la vida me daba y también de alguna que
otra regañina a miss locuras de juventud. Desde el día que nos
conocimos me trato como si fuera un hijo, quizá el hijo tanto
ansiaba y que nunca tuvo. Tonino me enseño a ver a la mar como la
madre de la vida, decía: A este mundo nos trae la madre pero la vida
al mundo la trajo la mar. Todo empezó ahí, señalaba con su dedo,
dentro de su gran seno, dentro de sus entrañas, repetía. Hoy
después del tiempo que hace, diría que su repentina desaparición
me dejo un tanto huérfano, como si alguien hubiera cortado de golpe
y para siempre esos hilos que me unían al viejo pescador.
Algunos días mientras camino por el
rebalaje viene a mi memoria las imágenes de hace años. La vieja
barca verde y azul en la playa, varada sobre un costado. El viejo y
herrumbroso torno del varadero. El brocal blanco con la garrucha del
pozo salobre donde las mujeres de los marineros cogían agua para
lavar. El viejo Tonino en la mecedora, durmiendo la siesta en la puerta de su casa debajo del
chambao de cañas y carrizos. Imágenes,
vivencias de un tiempo ya desaparecido, pero del que no renuncio ni
un ápice. Imágenes que me perseguirán durante todo el tiempo que
dure mi singladura por este Mundo.
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