Abdoulaye es un joven que vive en una pequeña aldea de la sabana del Sahel en el Norte de Senegal. Este lugar es un territorio árido, una franja de pobres pastizales al Sur del Sahara, donde hay grandes periodos de sequía. Una dura tierra que separa a árabes y negros, a musulmanes y cristianos, a nómadas y agricultores, un paisaje de espinosas acacias, un mundo color de arena. En este lugar, se aferran con tesón a la vida unos 50 millones de los habitantes más pobres del mundo, de los que carecen de poder, de los más olvidados. El Sahel es una región africana en permanente riesgo de emergencia, con una situación de vulnerabilidad extrema y crisis alimentarias periódicas. Se sitúa entre el desierto del Sahara y la sabana de África Central. Está integrada por algunos de los países más pobres del mundo (Níger, Malí, Senegal, Mauritania, Burkina Faso y Chad). En 2005 la región sufrió una de sus enormes hambrunas, en la que tuvo mucho que ver la escasez de lluvias y la plaga de langosta del desierto producida en 2004. Actualmente otra grave crisis alimentaria se ceba en la región, sometiendo a sus habitantes a elevadísimas tasas de desnutrición.
Desde muy niño el único trabajo que conoce Abdoulaye es pastorear el pequeño rebaño de cabras de su familia. Pasa el día llevando el ganado de un lado para otro, buscando los escasos pastos. Mientras el ganado deambula entre las acacias alimentándose con la raquitica hierba, Abdoulaye mata el hambre soñando debajo de la sombra de un baobab, sueña con un largo viaje hasta llegar a la tierra de la abundancia. Abdoulaye pierde su mirada en el lejano horizonte, mucho más allá, detrás de las altas dunas. Las pupilas de sus ojos negros buscan el Norte, allí donde la gente come hasta enfermar de obesidad mórbida. Un día, él emprenderá el camino hacia ese punto por donde se llega al "paraíso de la gula y de todos los pecados capitales".
Los traficantes que frecuentan las aldeas, unas veces trasportando drogas y otras veces transportando gente, según quien les pague más, les han vendido a él y a los demás jóvenes, que llegar a España es como llegar a la puerta de la "gloria", que España junto con Italia es la puerta de esa rica y floreciente "gloria", la puerta de la tierra prometida, del próspero Edén que sueñan en toda África, el paraíso que ellos ven en la series de televisión.Los traficantes les cuentan que el bello sueño del "El dorado" existe al otro lado del mar.
Abdoulaye y los otros jóvenes allá en su aldea del Norte de Senegal están hartos de sentir la marginación y la falta de oportunidades. La pobreza y el paro les azota día tras día, sin descanso. Los alrededores de estas aldeas son predesierto, zonas castigadas por el viento y la arena. No hay apenas agricultura, tan solo unas pocas cabezas de ganado y un poco de cultivo de mijo, es lo unico que sirve de sustento a cada familia. En la mente de todos, solo hay un planteamiento, salir de allí a toda costa, al precio que sea.
Abdoulaye sabe que el viaje es difícil, que algunos que lo intentaron antes, no lo consiguieron. Pero también sabe, que los que lo lograron envían dinero regurlamente a sus familias, que estas mejoran de manera visible en su cotidiana forma de vida. La familia de Abdoulaye intenta quitarle la idea de emigrar de la cabeza, hacerle comprender el peligro y el riesgo que corre su vida. Pero en la vida de Abdoulaye ya solo hay un sueño, el mismo que tienen millones de jóvenes en toda África, el mismo que la gran mayoría de los jóvenes de su aldea, llegar a Europa de cualquier manera, y al precio que sea, porque allí está todo perdido.
Abdoulaye continuó soñando debajo del baobab durante días, durante meses, tan obsesionado estaba con el “sueño europeo” que hizo que sus padres empeñaran las pocas tierras que poseían. Si todo era tan de color de rosa, pronto ganaría dinero y podrían comprar más tierras. Pagó el precio desorbitado que le cobraban las mafias de traficantes por una plaza en un incierto viaje sin ninguna garantía de llegar a su destino. Pero lo más difícil fue despedirse de su familia, de su mujer y sus dos hijos. Cuando revive el momento de su partida: Se ve sentado en un destartalado vehículo junto a 20 personas entre ellas dos mujeres embarazadas, ve a su mujer y sus hijos llorando, colgados de su cuello deseándole buen viaje, que volviera pronto a por ellos. Cada vez que lo recuerda un escalofrío recorre todo su cuerpo, penetrando hasta lo más profundo de su alma.
El viaje continuó durante semanas, quizá meses, por polvorientos caminos del desierto, sin apenas agua ni comida, hasta alcanzar las costas del Norte de Marruecos. Allí permaneció muchos días oculto en las montañas del Rif, pasando hambre y frío, hasta que los traficantes le consiguen una plaza en una hacinada patera. Una fría noche de noviembre se hicieron a la mar desde una oculta playa de Alhucemas. Después de varios días de navegación en los que estuvieron a punto de ahogarse, una madrugada consiguió llegar a hasta las costas de Almería.
Pero al llegar Abdoulaye se encontró que el “paraíso”, era un mar de plástico en un paisaje de esparto, altabacas y aulagas, desolado por la superexplotación agrícola y calcinado por la ausencia de lluvias. El paraíso que le habían contado no existía. El Edén, en realidad era un “infierno", debajo de los plásticos en el Poniente almeriense, dentro habia que pasar muchas horas al cabo del día.
Son las seis de la mañana de un día cualquiera, en cualquier lugar del Poniente de Almería, Abdoulaye, inmigrante senegalés se levanta del viejo y gastado colchón donde duerme cada noche. El frió y la humedad se cuelan por las tablas del destartalado ventanuco que sirve para ventilar el insalubre cobertizo donde malviven el y seis compañeros más, sin luz, sin agua corriente ni aseos. Ellos tienen suerte, otros viven todavía peor, habitan hacinados en chabolas hechas con desechos de obras, plásticos, maderas y cartones. El cobertizo un antiguo establo, se lo ha cedido el dueño de un invernadero, está ubicado en un secanal en medio de la nada, de donde hasta los lagartos hace siglos que emigraron.
Para Abdoulaye y sus compañeros no hay días diferentes, cada día es exactamente igual al anterior, todos llenos del sabor amargo de la pobreza, aspiran a una vida más digna, aunque sea debajo del plástico de los invernaderos. Para ellos cualquier cosa es mejor que morir lentamente sin ninguna expectativa de futuro en África.
Cada dia Abdoulaye y sus compañeros se asean en el barreño de plástico donde lavan sus ropas, mientras en el fuego calientan agua en un viejo y abollado jarro de aluminio para hacer té y desayunar antes de empezar la dura jornada.
Con la primeras luces del alba, Abdoulaye sus compañeros y otros inmigrantes se reúnen con la esperanza de ofrecer la fuerza de su trabajo a los patrones de los invernaderos, los hay rumanos, marroquíes, senegaleses o sudamericanos. La escena recuerda un tanto a los "esclavos" que serán escogidos por sus futuros “amos”. Están de pie, sobre la acera o en el centro de cualquier plaza, esperando a que vengan los jefes, los dueños con sus coches, furgonetas o camiones, a buscar mano de obra para los invernaderos. Ellos siempre cogen a los que parecen más fuertes, porque saben que se trata de un trabajo duro y de fuerza. O cogen a los más altos, porque necesitan gente que lleguen a los alambres que están arriba en los techos de plástico. Aparece un furgón y todos corren atropellándose, algunos suben, el patrón dice quiero cinco, o quiero cuatro, o quiero uno. Así, todos se van acercando a los vehículos que llegan, desesperados por trabajar, no hay contrato de trabajo, no hay agencias de contratación, no hay altas en la seguridad social, no hay nada... Al rato los que no han conseguido trabajo volverán a su casa o a deambular de aquí para allá para matar el hambre y el tiempo. Al día siguiente tienen que volver temprano para lo mismo, para seguir luchando porque los cojan, para no perder un solo día, por que sino trabajan, sencillamente no comen. Todos los que van, saben a que atenerse. Pero es lo único que hay, si quieren comer, no queda otro remedio que someterse a las condiciones que los empresarios les imponen.
El primer día que vi esta escena sentí una arcada en mi estomago. ¿Como es posible que en el siglo 21, exista un vergonzoso mercado de seres humanos?. En pleno hemisferio Norte, después de siglos de lucha por los derecho de los trabajadores, en plena narices de las autoridades, bajo su vista gorda, y lo que es peor, con el silencio de las centrales sindicales, hoy acomodadas en un sindicalismo corporativista y amarillo, que solo les sirve a los trabajadores de la función publica. De estos trabajadores no se ocupa nadie, es como si hubiera un pacto de silencio para ignorar su existencia. Así cada día, bajo nuestros mares de plástico continua la explotación de cientos de hombres por otros que se aprovechan de la vulnerabilidad que significa el "no tener papeles".
"En la plaza de mi pueblo dijo el jornalero al amo"........ dice una canción popular de nuestra mal tratada y sometida Andalucía, hoy el capitalismo agrario ha sustituido los jornaleros, por inmigrantes, pero la explotación sigue siendo la misma, diría que peor.
El sol aprieta inmisericorde bajo los plásticos de los invernaderos. Oscuras figuras avanzan agachadas y sigilosas entre las tomateras o los pepinos con movimientos casi mecánicos, como si de un ballet automático se tratara. En la distancia, y a través de los plásticos que protegen las plantaciones del viento, es imposible determinar el lugar de nacimiento, edad o creencias religiosas de esas personas, pero todas tenían en común el mismo sueño, se llamen como se llamen, provengan de donde provengan, su sueño era el "salir de la miseria". Todas llevan consigo una historia personal de sufrimiento. Todas estas gentes venidas de más allá del Estrecho, venian buscando un lugar bajo el sol, aunque sea el sol justiciero y abrasador del poniente almeriense.
La discriminación, convierte al inmigrante en víctima de la explotación laboral, que se traduce en sueldos más bajos, pésimas condiciones de trabajo, falta de medidas de seguridad, inexistencia de vacaciones... en resumen ausencia de derechos laborales.
La inmigración se produce como consecuencia de la distribución de la riqueza en el mundo. El/ la inmigrante se ve forzado a salir de su entorno por la necesidad de mejorar su vida a causa de las condiciones que tiene en su lugar de origen, como la represión, la escasa posibilidad de encontrar trabajo... esto hace que se juegue la vida buscando un país que le acoja y donde pueda vivir con dignidad.
Cuando acaba la durisima jornada, Abdoulaye se sienta en la puerta del cobertizo, mira hacia el Sur. Su mirada busca tras el mar, la sabana del Sahel, busca su rebaño pastando entre las acacias y los baobab. Ahora las pupilas de sus ojos negros buscan el centro de su aldea, ve a sus hijos que juegan con una vieja pelota de trapo, busca su choza de ramas de acacia y paja de mijo, ve llorar a su mujer detrás de la cortina.
El viento de Poniente lo despierta de su sueño, delante de él solo hay un mar de plástico en un territorio seco de altabacas, aulagas y esparto.
0 comentarios:
Publicar un comentario