[...] En ciertos momentos muy claros de la
meditación, como aquellos en que, al principio de la tarde, vago
observador por las calles, cada persona me trae una noticia, cada casa
me ofrece una novedad, cada letrero contiene un aviso para mí. Mi paseo
callado es una conversación continua, y todos nosotros, hombres, casas,
piedras, letreros y cielo, somos una gran multitud amiga, que se codea
con palabras en la gran procesión del Destino. (174)
[...]
En la niebla leve de la mañana de media-primavera, la Baixa despierta
entorpecida y el sol nace como con lentitud. Hay una alegría sosegada en
el aire con mitad de frío, y la vida, al soplo de la brisa que no hay,
tirita vagamente por el frío que ya ha pasado, por el recuerdo del frío
más que por el frío, por la comparación con el verano próximo, más que
por el tiempo que está haciendo.
No han abierto todavía las tiendas, salvo las lecherías y los cafés,
pero el reposo no es de torpor, como el del domingo; es tan sólo de
reposo. Un rastro rubio se antecede en el aire que se revela, y el azul
se colorea pálidamente a través de la bruma que se extingue. El
movimiento comienza poco a poco por las calles, destaca la separación de
los peatones, y en las pocas ventanas abiertas, madrugan también
apariciones. Los tranvías trazan a medio-aire su surco móvil amarillo y
numerado. Y, de minuto en minuto, sensiblemente, las calles se
desdesiertan. (83)
[...] Amo estas plazuelas solitarias, intercaladas entre calles de poco
tránsito, y sin más tránsito, ellas mismas, que las calles. Son claros
inútiles, cosas que esperan, entre tumultos distantes. Son de aldea en
la ciudad.
Paso por ellas, subo a cualquiera de las calles que afluyen a ellas,
después bajo de nuevo esa calle, para regresar a ellas. Vista desde el
otro lado es diferente, pero la misma paz deja dorarse de añoranza
súbita -sol en el ocaso- el lado que no había visto a la ida. (88)
[...] Definió César toda la estatura de la ambición cuando dijo aquellas
palabras: "¡Antes el primero en la aldea que el segundo en Roma!". Yo
no soy nada ni en la aldea ni en Roma ninguna. Por lo menos, el tendero
de la esquina es respetado desde la calle de la Asunción hasta la calle
de la Victoria; es el César de una manzana. ¿Yo superior a él? ¿En qué,
si la nada no admite superioridad, ni inferioridad, ni comparación? (91)
[...] Desde la terraza del café miro trémulamente hacia la vida. Poco
veo de ella -el bullicio- en esta concentración suya en esta plazuela
nítida y mía. Un marasmo como un comienzo de borrachera me elucida el
alma de cosas. Transcurre fuera de mí en los pasos de los que pasan
[...] la vida evidente y unánime. (97)
[...] de algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla
de varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también
de un modo íntimo que no sé analizar, me pertenece, forma parte de mí.
(159)
El silencio que sale del ruido de la lluvia se extiende, en un crescendo
de monotonía cenicienta, por la calle estrecha que miro. Estoy
durmiendo despierto, de pie contra la vidriera, en la que me recuesto
como en todo. Busco en mí qué sensaciones son las que tengo ante este
caer deshilachado de agua sombríamente luminosa que se destaca de las
fachadas sucias y, aún más, de las ventanas abiertas. (165)
[...] Son las calles antiguas con otra gente, hoy las mismas calles
diferentes; son personas muertas que me están hablando, a través de la
transparencia de la falta de ellas hoy; son remordimientos de lo que
hice o no hice, ruidos de regatos de noche, ruidos allá abajo, en la
casa quieta. (219)
[...] Bajando hoy por la Calle Nueva de Almada, me fijé de repente en la
espalda del hombre que bajaba delante de mí. Era la espalda vulgar de
un hombre cualquiera, la chaqueta de un traje modesto en una espalda de
transeúnte ocasional. Llevaba una cartera vieja bajo el brazo izquierdo,
y ponía en el suelo, al ritmo de ir andando, un paraguas cerrado, que
cogía por el puño con la mano derecha.
Sentí de repente por aquel hombre algo parecido a la ternura. Sentí en
él la ternura que se siente por la común vulgaridad humana, por lo
trivial cotidiano del cabeza de familia que va a trabajar, por su hogar
humilde y alegre, por los placeres alegres y tristes de que forzosamente
se compone su vida, por la inocencia de vivir sin analizar, por la
naturaleza animal de aquella espalda vestida. (46)
[...] Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes,
no la expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían
para conmigo si conociesen mi vida, y cómo soy yo, si se transparentase
en mis gestos y en mi rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi
alma. En ojos que no miran, sospecho burlas que encuentro naturales,
dirigidas contra la excepción inelegante que soy entre un montón de
gente que hace y goza; y en el fondo supuesto de fisonomías que pasan,
carcajadas de la tímida gesticulación de mi vida. (49)
[...] sigo a veces -sin envidia ni deseo- a las parejas ocasionales que
la tarde junta y caminan del brazo hacia la conciencia inconsciente de
la juventud. Disfruto de ellos como disfruto de una verdad, sin pensar
si tiene o no que ver conmigo. (240)t
Texto Fernando de Pessoa (libro del desasosiego) Fotos Fado in Lisbon
Texto Fernando de Pessoa (libro del desasosiego) Fotos Fado in Lisbon
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